Augusta Foss de Heindel

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿Qué te daré?

            


¿QUÉ TE DARÉ?
(Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de 1 de enero de 1.930)


(Suponemos que falta una parte de esta lección, como se puede ver en el Boletín que se reedita)

            5.- En Gabaón, el Señor se apareció aquella noche en sueños a Salomón, y le dijo: Pídeme lo que quieras.
            6.- Salomón respondió: Tú le hiciste una gran promesa a Tu siervo, mi padre, David, porque procedió de acuerdo contigo, con lealtad, justicia y rectitud de corazón, y le has cumplido esa gran promesa dándole un hijo que se siente en su trono: es lo que sucede hoy.             7.- Pues bien, Señor, Dios mío, Tú has hecho a Tu siervo sucesor de mi padre, David; pero yo soy un muchacho que no sé valerme.
            8.- Tu siervo está en medio del pueblo que elegiste, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
            9.- Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a Tu pueblo y discernir entre el bien y el mal; si no, ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?
            10.- Al Señor le pareció bien que Salomón pidiera aquello, y le dijo: Por haber pedido esto y no haber pedido una vida larga, ni haber pedido riquezas, ni haber pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: una mente sabia y prudente, como no la hubo antes de ti ni la habrá después de ti.  Y  te  daré  también  lo  que  no  has  pedido:  riquezas  y  fama  mayores  que  las  de  rey alguno. Y, si caminas por mis sendas, guardando mis preceptos y mandatos, , como hizo tu padre David, te daré larga vida. (Reyes I, 3).
            Salomón, por virtud de su pureza de propósito, su desinterés, su profundo amor a la justicia, fue escogido para reinar como rey de Israel. Su padre, el rey David, había abrigado  altos  ideales  y  un  hondo  anhelo  de  edificar  el  templo  a  Dios,  en  el  que esperaba poner al Arca de la Alianza, guardada, a la sazón, en el tabernáculo de Sión. No obstante, al rey David no le fue permitido presenciar la realización de sus ideales. Jehová le  dijo  que, como “había vertido sangre en abundancia y había hecho grandes guerras”, su hijo Salomón sería el escogido para llevar a cabo los ideales y planes de su padre.
            Aún muy joven, a la edad de veinte años, Salomón fue tentado por las grandes riquezas y honores. Fue probado. Y, de sus pruebas, salió puro, recto y fuerte, abrigando grande amor a la justicia y a la rectitud. Así, pues, Dios le otorgó la abundancia. Cuando se  le  preguntó  cuál  era  su  deseo,  todo  lo  que  pidió  fue  aquello  que  le  permitiera gobernar  mejor  a  su  pueblo:  un  dócil corazón  y poder discernir  la  diferencia  entre lo bueno  y  lo  malo.  Si  todos  los  gobernantes  del  mundo  gozaran  esta  gracia,  ¡cuán diferente sería el mundo!
            En  el  cuarto  capítulo  de  los  Proverbios,  Salomón  es  amonestado  para  que  no
abandone la Sabiduría porque “ella te guardará; ámala y te conservará”.
            La adquisición  de la sabiduría  es el  propósito  de la  vida y Salomón, con toda justicia, la ensalzó.
            Mas,  existe  una  diferencia  entre  la  “sabiduría”  y  el  “conocimiento”.  El conocimiento  bien  puede  conducir  a  la  crueldad.  El  vivisector  emplea  mal  sus conocimientos; y también el murmurador y el crítico y el frío, el hombre sin Dios; y el gran militar, que emplea a sus hombres cual si fueran peones de ajedrez; y el financiero, que usa sus conocimientos para encontrar maneras de engañar al prójimo con el fin de lucrarse  y  mejorar  su  estado  pecuniario.  La  intelectualidad,  tal  como  el  hombre  la comprende  el  día  de  hoy,  no  se  puede  comparar  con  la  sabiduría  de  Salomón.  Esta sabiduría viene de lo alto.
            “En cambio, el saber que baja de lo alto es, ante todo, límpido y, luego, apacible, comprensivo y abierto, rebosa buen corazón y buenos frutos, no hace discriminaciones ni es fingido. Y la cosecha de honradez con paz la van sembrando los que trabajan por la paz” (Santiago, 3: 17-18).
            Quien goce esta sabiduría comprende los grandes fundamentos de la vida. Esta es la sabiduría que poseen el Iniciado, el Adepto y el Cristo. La sabiduría cósmica llena el  universo.  El  universo  de  Dios  es  un  gran  manantial  de  sabiduría  y  es  de  este manantial de donde las Jerarquías Creadoras obtienen sus conocimientos. Los espíritus-
grupo, los espíritus de la naturaleza y toda la nobleza de la natura, logran su inspiración en esa fuente. Pero el hombre, a medida que desciende más hondamente en la materia y se  viste  con  capas  de  creciente  densidad,  va  cerrando  la  puerta  al  espíritu  de  la sabiduría. Ha ofuscado su vista por tiempo provisional. La luz de la sabiduría le volverá, no obstante, a medida que se eleve y deje de ser el hombre sensual y concupiscente que vive  por  tan  sólo  el  placer  del  día,  y  cuyo  único  pensamiento  es  “comer,  vivir  y alegrarse”.  Debe  emular  al  hombre-Cristo,  el  alma  despertada  que,  como  Salomón, abriga el  anhelo de conocer  la diferencia entre el  bien  y el mal, a  fin de emplear  sus conocimientos en provecho del prójimo.
          El sufrimiento, las decepciones y las experiencias de Parsifal simbolizan la búsqueda de
la sabiduría por el alma, que encuentra su símbolo en el santo Grial. Es la lanza de la sabiduría la que Parsifal emplea para sanar las heridas de Amfortas, y es el abuso de la sabiduría lo que produce dolor.
            Tenemos  una  ilustración  del  mal  uso  de  la  sabiduría  en  la  historia  de  la decapitación de Juan el Bautista; también, en la leyenda griega en la que Mercurio corta
la cabeza de Argos, a quien se atribuían cien ojos, símbolo de la visión espiritual. Pero Argos había empleado mal esa facultad y Juno puso sus ojos en la cola del pavo real.
            Desde el punto de vista científico del día de hoy, tal como nos lo dicen nuestros sabios, cada pensamiento que el hombre se permite, produce un efecto destructivo.. Se destruye  la  vida  de  alguna  forma.  Cuando  el  hombre  piensa,  destruye  tejidos  del cerebro, las células se agotan y envejecen. Innumerables vidas elementales se sacrifican para  dar  lugar  a  los  hijos  mentales  del  hombre.  Al  ser  enviados  los  pensamientos  al mundo, asumen formas, y la vida elemental se utiliza para su formación. Nada nuevo se construye en ningún nivel sin el sacrificio de alguna cosa. No se forma el cuerpo de un nuevo ser humano sin apropiarse de la sangre de la madre. No se edifica una nueva casa sin la destrucción de las formas materiales de los reinos mineral y vegetal, puesto que la madera, el cemento y el metal que se emplean en el edificio, han sido obtenidos todos de los reinos inferiores. Bajo las presentes condiciones, es necesario que este sacrificio continúe.  Mas,  si  la  vida  y  los  materiales  se  otorgan  a  fin  de  que  se  fragüen  formas superiores, no ha sido en vano el sacrificio.
            Pero  volvamos  al  asunto  de la  sabiduría.  Si buscamos  el  conocimiento  con  el objeto de alcanzar el progreso y el desarrollo que conducen a la sabiduría, entonces se
sacrifica por una buena causa la vida celular del cerebro. Pero el adquirir conocimientos con  propósitos  egoístas  y  destructivos,  para  emplearlos  como  hace  el  vivisector,  para atormentar o para alcanzar poder sobre los demás, como hace el mago negro, significa 
el  acumular  para  sí  una  enorme  deuda  de  destino.  Podemos  darnos  cabal  cuenta  del 
significado  de  esas  deudas  con  ver,  a  diario,  los  múltiples  seres  humanos  que  nacen 
deformes,  ciegos,  cojos  o  enajenados.  Ésta  no  es  la  obra  de  Dios.  Él  hizo  al  hombre 
perfecto, como Él es perfecto. Son las consecuencias de las malas obras que el hombre perpetra, ya que “todo lo que el hombre sembrare, eso recogerá”.
            Bien sencilla es la lección: a no ser que busquemos las enseñanzas superiores, que son iguales a la sabiduría  de Salomón, siempre con móvil  desinteresado,  estamos sacrificando fútilmente la vida elemental que nos ayuda en la construcción de las células cerebrales. Así pues, el conocimiento lleva consigo cierta responsabilidad. Se nos juzga y se nos tiene por responsables en proporción directa a los conocimientos que tengamos.
             Todo conocimiento que no esté impregnado del deseo de servir y del amor, es vacío y 
sin propósito valido alguno. 
            “Cuanto más y mejor sepas,
            tanto más pesado será tu juicio.
            A nos ser que tu vida
            también sea más santa”
            “Cuanto  más  unido  está  el  hombre  consigo  mismo  e  interiormente  sencillo,  tantas  más  cosas  profundas  comprende  sin  esfuerzo;  puesto  que  recibe  la  luz  del  conocimiento desde lo alto”. (Tomás de Kempis).


Boletín Nº 35 AÑO 2.000 - SEGUNDO TRIMESTRE 
(Abril-Junio) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 

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